OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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SIGNOS Y OBRAS |
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LA CIENCIA Y LA POLITICA1
I El último libro del doctor Gregorio Marañón, (Amor, Conveniencia y Eugenesia. Ediciones "Historia Nueva", Madrid 1929), no trata tópicos específicamente políticos, pero tiene ostensiblemente el valor y la intención de una actitud política. Marañón continúa en este libro —sincrónico con otra actitud suya: su adhesión al socialismo— una labor pedagógica y ciudadana que, aunque circunscrita a sus meditaciones científicas, no trasciende menos, por esto, al campo del debate político. Ya desde los Tres Ensayos sobre la Vida Sexual, César Falcón había señalado, entre los primeros, al actualísimo significado político de la campaña de Marañón contra el donjuanismo y el flamenquismo españoles. Partiendo en guerra contra el concepto donjuanesco de la virilidad, Marañón atacaba a fondo la herencia mórbida en que tiene su origen la dictadura jactanciosa e inepta de Primo de Rivera. En Amor, Conveniencia y Eugenesia, libro que toma su título del primero de los tres ensayos que lo componen, el propio Marañón confirma y precisa las conexiones estrechas de su prédica de hombre de ciencia con las obligaciones que le impone su sentido de la ciudadanía. La consecuencia más nociva de un régimen de censura y de absolutismo es, para Marañón, la disminución, la atrofia que sufre la conciencia civil de los ciudadanos. Esto hace más vivo el deber de los hombres de pensamiento influyente de actuar sobre la opinión como factores de inquietud. «Por ello —dice Marañón— me decido a entregar al público estas preocupaciones mías, no directamente políticas, sino ciudadanas; aunque por ello, tal vez, esencialmente políticas. Porque en estos tiempos de radical transformación de cosas viejas, cuando los pueblos se preparan para cambiar su ruta histórica —y es, por ventura, el caso de España— no hay más política posible que la formación de esa ciudadanía. Política, no teórica, sino inmediata y directa. Muchos se lamentan de que en estos años de régimen excepcional, no hayan surgido partidos nuevos e ideologías políticas, pero éstas no se pueden inventar porque están ya hechas desde siempre. Lo que se precisa son los hombres que las encarnen. Y los hombres que exija el porvenir sólo se edificarán sobre conductas austeras y definidas. Esta y no otra es la obra de la oposición: crear personalidades de conducta ejemplar. Los programas, los manifiestos, no tienen la menor importancia. Si los hombres se forjan en moldes rectos, de conducta impecable, todo lo demás, por sí solo, vendrá. Para que una dictadura sea útil, esencialmente útil, a un país, basta con que a su sombra —a veces la sombra del destierro o de la cárcel— se forje esta minoría de gentes refractarias y tenaces, que serán mañana como el puñado de la semilla conservada con que se sembrarán las nuevas cosechas». No se puede suscribir siempre, y menos aún en el nombre de los principios de la corriente política a la que Marañón se ha sumado, todos los conceptos del autor de Amor, Conveniencia y Eugenesia. Pero ninguna discrepancia, en cuanto a las conclusiones, compromete en lo más mínimo la estimación de la ejemplaridad de Marañón, del rigor con que busca su línea de conducta personal. Marañón es el más convencido y ardoroso asertor de que la política como ejercicio del gobierno requiere una consagración especial, una competencia específica. No cree, pues, que la autoridad científica de un investigador, de un maestro, deba elevarle a una función gobernante. Pero esto no exime, absolutamente, al investigador, al maestro, de sus deberes de ciudadano. Todo lo contrario. «El hombre de ciencia, como el artista —sostiene Marañón— cuando ha rebasado los límites del anónimo y tiene ante una masa más o menos vasta de sus conciudadanos —o de sus contemporáneos si su renombre avasalla las fronteras— lo que se llama "un prestigio", tiene una deuda permanente con esa masa que no valora su eficacia por el mérito de su obra misma, limitándose a poner en torno suyo una aureola de consideración indiferenciada, y en cierto modo mítica, cuya significación precisa es la de una suerte de ejemplaridad, representativa de sus contemporáneos. Para cada pueblo, la bandera efectiva —bajo los colores convencionales del pabellón nacional— la constituyen en cada momento de la Historia esos hombres que culminan sobre el nivel de sus conciudadanos. Sabe ese pueblo que, a la larga, los valores ligados a la actualidad política o anecdótica perecen y flotan sólo en el gran naufragio del tiempo los nombres adscritos a los valores eternos del bien y de la belleza. El Dante, San Francisco de Asís, Pasteur o Edison caracterizan a un país y a una época histórica muchos años después de haber desaparecido de la memoria de los no eruditos los reyes y los generales que por entonces manejaban el mecanismo social. ¿Quién duda que de nuestra España de ahora, Unamuno, perseguido y desterrado, sobrevivirá a los hombres que ocupan el Poder? La cabeza solitaria que asoma sus canas sobre las bardas de la frontera, prevalecerá ante los siglos venideros sobre el poder de los que tienen en sus manos la vida, la hacienda y el honor de todos los españoles. Pero ese prestigio que concede la muchedumbre ignara no es —como las condecoraciones oficiales— un acento de vanidad para que la familia del gran hombre lo disfrute y para que orne después su esquela de defunción. Sino, repitámoslo, una deuda que hay que pagar en vida —y con el sacrificio, si es necesario, del bienestar material— en forma de lealtad a las crisis que los pueblos sufren en su evolución. II El Dr. Gregorio Marañón prosigue en su último libro —Amor, Conveniencia y Eugenesia— la tarea de educador y de adalid de una nueva España, comenzada con esa declaratoria de guerra al donjuanismo con que estrenó sus instrumentos de sociólogo. Tarea de extraordinaria y legítima resonancia en todos los pueblos hispánicos, herederos naturales de la concepción donjuanesca del amor y la virilidad, llevada a sus más mórbidos sentimentalismos y a sus más ojerosas sensualidades en la América palúdica y tropical. El "mito de don Juan" arribó a América con los conquistadores. Es en nuestros países tan antiguo como el castellano y la escolástica. La batalla de Marañón nos atañe como ninguna otra reacción de la España novecentista contra la herencia castiza. Marañón ha establecido, con irrebatibles argumentos de biólogo que, sobre todo en nuestro tiempo, el tipo de Don Juan no es, como se admitía erróneamente, un alto y alegórico tipo de virilidad. La medida de la virilidad no tiene nada que ver con un vasto repertorio de aventuras eróticas. El dominio, la creación, el poder, los atributos varoniles por excelencia, están por encima del seductor profesional. El Don Juan es, más bien, algo femenino. Un retardado imitador de Casanova no representaría, en nuestra época, en ningún pueblo, un espécimen de éxito viril más elevado que un gran industrial, un gran estadista, un gran líder. La civilización occidental es una creación de pueblos extraños y hostiles al mito de Don Juan. El trabajo de Marañón interesa vitalmente a todo el mundo hispánico, tan reacio por educación a un planteamiento científico de los problemas de la sexualidad y a un esclarecimiento realista de los deberes de los sexos. El nuevo libro de Marañón no es una meditación exclusiva de estos temas. Toma su título del primero de los ensayos que lo forman. En los dos ensayos siguientes, Marañón estudia "El deber de las edades" y la acepción estricta de los términos "modernidad y vejez de los pueblos". "Juventud, modernidad, eternidad" titula Marañón este tercer ensayo. El breve prefacio, dedicando la obra a don Manuel B. Bossio, y estos dos últimos capítulos confieren al libro un valor de beligerancia política ciudadana, que ensancha grandemente el plano de la especulación del autor. Las proposiciones del primer ensayo sobre "amor, conveniencia y eugenesia", sugestivas y valiosas, en cuanto continúan la ofensiva contra el donjuanismo, tienen una limitación: la de que se basan en la experiencia sexual, en el orden matrimonial de la sociedad burguesa y, más precisamente, de la sociedad burguesa de España. Marañón extrema, además, la tesis de la anti-eugenesia del instinto. Sus conclusiones al respecto son excesivas. Pero este mismo ensayo, que tan poco tiende a revolucionar la práctica española y del que están tan ausentes los nuevos factores de la vida sexual, no sólo en el país que ha entrado en la vía del socialismo, sino aún en aquéllos que se mantienen a la vanguardia del capitalismo, se cierra con palabras en las que reaparece el Marañón combatiente y edificante que amamos: «Atravesamos horas difíciles, de forja de los cauces nuevos, y hay que empezar nuestra vida, cada mañana, con un temple heroico, renunciando a las mentiras agradables y cómodas como se renuncia al lujo y, a veces, al hogar y a la familia en tiempos de guerra». La obra de Marañón es siempre una invitación a la seriedad y al esfuerzo; su actitud, un ejemplo de responsabilidad alerta y vigilante. Marañón no ahorra a su pueblo las criticas severas, los deberes difíciles. No busca popularidad ni consenso con fórmulas demagógicas. Por esto, poseen un gran valor sus reflexiones sobre la función de la juventud. «El joven —escribe— debe ser indócil, duro, fuerte y tenaz. Debe serlo, y si no lo es, será indigno de su partida de bautismo. Juventud no es una palabra hueca ni un tema de inspiración para los poetas líricos. Es una realidad orgánica, viva, palpitante, de contenido trascendental». Averiguando lo que significan las varias estaciones de la vida del hombre obtiene esta conclusión: «Obediencia, rebeldía, austeridad, adaptación; he ahí la línea quebrada que la evolución del organismo marca a nuestro deber». La niñez e obediencia; no tiene, dice Marañón, sino deberes pasivos. La juventud es rebeldía. Es la estación en que se ejercitan y manifiestan nuestros impulsos. Todo el élan que luego nos moverá en la existencia es el que adquirimos, el que revelamos entonces. «La juventud —escribe acertadamente Marañón— es la época en que la personalidad se construye sobre moldes inmutables. Y además, la única ocasión en que esto puede realizarse. Toda la vida seremos lo que seamos capaces de ser desde jóvenes. Podrá llenarse o no de contenido eficaz el vaso cincelado en estos años de la santa rebeldía; podrá ese vaso llenarse pronta o tardíamente; pero el límite de nuestra eficacia está ya para siempre señalado por condiciones orgánicas inmodificables cuando lleguemos al alto de la cuesta juvenil y con el cuerpo y el espíritu equilibrados y las primeras canas en las sienes entremos en la planicie de la madurez. La madurez tiene deberes más arduos. Es la etapa de las realizaciones. La madurez exige austeridad. La vejez, finalmente, se reduce a un proceso de adaptación". El individualismo de Marañón se rebela contra el espíritu y la práctica de gremio, de congregación, por temor de que limite o merme los impulsos juveniles. Con gesto de liberal clásico, Marañón denuncia el sindicalismo "plaga de nuestros días, infiltrado en todas las clases sociales", como "enemigo de la perfección individual y especialmente vulnerante para la juventud, que no puede llamarse sindicalista sin renegar de su sagrado deber de rebeldía". Este juicio se alimenta exclusivamente de prejuicios de profesor liberal. El sindicalismo es, como fácilmente se comprueba en la experiencia, una nueva escuela de la personalidad, como lo es en general el socialismo, al que Marañón se ha adherido obedeciendo a sus más activos y eficaces sentimientos de liberal. Del mismo modo que Marañón no ha perdido ni disminuido su independencia y su beligerancia políticas enrolándose en el socialismo, sino por el contrario las ha afirmado y acrecentado, el joven que entra al sindicato y acepta sus tareas no renuncia a su rebeldía sino la disciplina, asignándole una responsabilidad. Y en el tercer ensayo, que contiene oportunas admoniciones a los que se atienen demasiado mesiánicamente al destino revolucionario de la "nueva generación", Marañón demuestra que «juventud y vejez son conceptos biológicos; modernidad y antigüedad, son conceptos históricos o de biología histórica». Los jóvenes pueden poner su fuerza al servicio de un programa retrógrado; los viejos pueden sentir "de un modo entrañable los ideales más avanzados y profusivos". Lo más sugestivo y
cautivante en este libro de Marañón es, tal vez, la energía con que
reacciona contra la tesis de la ciencia pura. Porque ha sabido rebasar los
límites del científico de laboratorio o de cátedra, Marañón ha
suscrito las páginas y ha tomado las actitudes que más lo incorporan en
el movimiento creativo, en el proceso social de su época. «Mientras haya
millones de hombres que ganan su pan con tanto dolor, y millones de
hombres que sufren del dolor aún más agudo de no poder ganarlo; y con el
pan el mínimo de fruiciones materiales que podemos exigir a la vida;
mientras esto ocurra, todas las preocupaciones que nos entretienen, nos
apasionan y aun nos ponen en trance de matarnos por ellas los unos a los
otros, son meros divertimientos egoístas que debían avergonzarnos como
algo que sustraemos a la preocupación del bien general». Al plantearse
este problema, el liberal, el humanista que hay en Marañón, ha
advertido, sin duda, que quienes en nuestra época luchan, concretamente,
por resolverlo no son los liberales sino los socialistas.
NOTA:
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